Queridos feligreses
¡Cristo ha resucitado! Es el motivo de nuestra fe. Estamos en Pascua, el tiempo de la alegría y la esperanza. Cristo está vivo en medio de su Iglesia y nosotros, congregados en su nombre, queremos vivir su enseñanza y mostrar con nuestra vida el Evangelio del Señor. Como Él, también hemos sentido la llamada del Padre Dios a vivir nuestra vocación cristiana en todos los ámbitos de nuestra vida y queremos responderle. Para conseguirlo, junto con nuestro compromiso, necesitaremos la ayuda de su gracia y la intercesión de María, nuestra madre y madre de la Iglesia.
Este año, el domingo de Pascua, un atentado en Sri Lanka contra varias iglesias y algunos hoteles, nos recordó, con demasiada crudeza y cientos de muertos, la violencia que sufren los cristianos en diversos países del mundo. Muchos de los fallecidos estaban celebrando la Eucaristía en ese momento. Sabemos que las puertas del cielo se abrieron para ellos, aunque nos duele mucho la violencia y la persecución religiosa. El testimonio de fe de los cristianos perseguidos estimula nuestra fe y compromiso con el Evangelio y con la Iglesia.
La Pascua es el tiempo de misión como nos lo recuerda, constantemente, el papa Francisco, aunque el encargo viene del mismo Jesucristo. Es nuestra misión y el ser mismo de la Iglesia. La vocación misionera debe empapar nuestro ser y quehacer. Mostrar la Buena Nueva de Jesús hoy para transmitir su enseñanza, cautivar a las personas y facilitar su encuentro con el Señor. La comunidad cristiana no vive del recuerdo de un pasado, ni se desarrolla, simplemente, por una costumbre familiar o cultural… la fe es una experiencia personal que nos hace miembros de la Iglesia y nos compromete en el anuncio de la Buena Nueva.
La Pascua es, precisamente, el tiempo de los Sacramentos. Muchas familias celebran el bautismo o la primera comunión de alguno de los suyos. Muchos novios celebran el matrimonio. Son sacramentos que nos vinculan con Dios. Se trata de “hacer sagrada” la vida, reconocer la presencia del Señor en nuestra existencia y sentir su amor y su gracia que nos fortalecen en el camino de la vida. Bebés, niños o adultos… Dios ha salido al encuentro de todos y le queremos responder.
Pero también es el tiempo de la caridad y del amor fraterno. Dios es amor y el cristiano hunde sus raíces en el amor vivido y comprometido por los demás. En el amor al prójimo y el compromiso con la justicia reconocerán que somos discípulos del Señor. Nada de lo humano es ajeno para Dios y, por tanto, para sus hijos. La comunidad cristiana, siguiendo los pasos del Maestro, siempre ha estado cerca de los que sufren por cualquier motivo.
Nuestro mundo está necesitado del Evangelio y del encuentro de Jesús. Nosotros lo hemos descubierto y no lo podemos ocultar. ¿Te animas a compartir tu fe con todos?
Estoy a vuestro servicio.
Santiago Aparicio